Muchas de las cosas malas que tiene el Ecuador son también parte de los problemas cotidianos de la mayoría de países del mundo, aunque seguramente en una cantidad e intensidad diferente. Pobreza, corrupción, delincuencia, falta de empleo, falta de salud y educación, sobrepoblación de políticos demagogos y mentirosos son males creados por el hombre y, así mismo, comunes en prácticamente todas las sociedades del mundo.

Nuestros sentidos deberán evolucionar con los años –tal como está obligado a evolucionar un animal para sobrevivir en el hábitat que lo rodea– para que podamos agudizar nuestra capacidad de sentir, oler y oír a los farsantes que pretenden gobernar nuestro destino. Así evitaremos su proliferación. Los vampiros del voto obligatorio salen a buscar su presa en el día. Ellos han evolucionado para soportar la luz natural, lo que los hace más difícil de identificar entre la gente buena. Tenemos que evolucionar también para detectarlos a tiempo. Sin embargo, sabemos que van a pasar algunos años hasta que lo logremos hacer masivamente, hasta entonces disfrutemos lo bueno de este país. Mucho de lo malo es común en todo el mundo, en cambio hay cosas buenas que son solo nuestras.

Ecuador es un país con dones únicos. La autenticidad es como la inocencia, existe hasta que se pruebe lo contrario. Este país es un carrusel de olores, colores y sabores. Sus mujeres son tan distintas como sus regiones. Ningún país se da el lujo de tener como hijas honorables a la mujer esmeraldeña de cuerpo escultural y sonrisa de acordeón, a la manaba de mirada frontal y astuta, a la costeña de cuerpo voluptuoso y rítmico caminar, a la quiteña de rostro fino y delicado, y a la cuencana con su tono melodioso al hablar, todas bajo el mismo techo.

La comida ecuatoriana es gloriosa. Nadie combina de forma tan natural y mágica el verde con el maní. La cazuela y el viche son la reina y el rey, respectivamente, de esta emblemática combinación. Nadie puede discutir la real soberanía de la guatita, ni lo inobjetablemente revolucionario del tigrillo que se atreve a combinar huevo con verde y chicharrón, ni menos aún cuestionar la altivez de la bandera que flamea con las combinaciones de platos que uno elija. El bolón merece un pedestal por su autoridad, su sola presencia puede intimidar a la inapetencia. La hayaca ecuatoriana debería tener un monumento propio, debería ser nuestro ícono gastronómico. Su sabor y presentación son dignas de ser protagonistas al comienzo de cualquier carta de menú del mundo. Este país goza de cervezas propias con un gusto deslumbrante, que deberían convertirse en la envidia de las más vendidas del mundo. Así mismo tenemos un agua mineral de fuente natural de fascinante personalidad, que la debería conocer todo el planeta. Somos la tierra del busetero que nos hace pública su seguridad viril cuando escribe en la parte posterior de su vehículo la frase patentable: “Sufres cuando me ves”.

O cuando él mismo se convierte en instructor del manual rápido de rebasarlo por la izquierda, cuando describe la infaltable instrucción: “Pite y pase”.
Ecuador es una tierra maravillosa, de costumbres y gente cautivante. Hay tantas cosas buenas que disfrutar mientras seguimos evolucionando como sociedad, que el proceso de erradicar lo malo va a ser un placer para nuestros sentidos.

Enrique Naula
Diario El Universo