¿Qué sustento le asiste por estos días al presidente del directorio del IESS para atiborrarnos de mañana, de tarde y de noche, por radio y televisión, con un autopublirreportaje acerca de por qué se invierte nuestra plata en el Estado? ¿Qué justificación tiene el Presidente del ‘Congresillo’ para protagonizar, hasta en los fines de semana, un spot de lo más melifluo que nos hace entrar virtualmente al recinto legislativo para convencernos de que habitamos en el paraíso porque tanta es la austeridad que ya no se abusa del papel para imprimir? ¿Por qué dilapidar así los dineros de todos para enredarnos en el ilusionismo de que lo intrascendente es lo importante? La situación vital de los más pobres, llena de penas y limitaciones, no se compadece con estas apariciones histriónicas de los “hombres de éxito” del oficialismo.

Al equipo de comunicación gubernamental, supuesto pilar de los sucesivos triunfos electorales del Gobierno, le hacen falta mesura y racionalidad para seleccionar los recados que el país precisa. En el reciente enlace sabatino, el presidente Rafael Correa calificó de inversión a la publicidad oficial, y, en efecto, tiene razón. Pero es imperativo discriminar qué es un burdo anuncio para maquillar el desprestigio de un burócrata y qué es un mensaje formador de conciencia ciudadana (como los que instruyen acerca del bono de desarrollo humano, los que informan de las nuevas tarifas telefónicas, los que ayudan a ahorrar energía eléctrica, los que invitan a consumir primero Ecuador). Una parte de los anuncios oficiales entrega contenidos útiles, pero otra parece crear escenografías para la complacencia narcisística de los funcionarios estatales.

Esta excesiva propaganda genera harta desconfianza. El poder oficial tiene que optar por la sobriedad pues la auténtica revolución no se erige con las leyes del marketing sino que se construye con acciones concretas de beneficio masivo. ¿Quién gana (incluso económicamente) con esta mercadotecnia desmedida que raya en la banalidad? ¿No estamos en una época en que debe reducirse el gasto público? Bien nos harían campañas informativas que forjen una ciudadanía cuyas renovadas actitudes se palpen en la cotidianidad; por ejemplo, en educación vial –que visualicen qué está permitido y qué prohibido en nuestras calles y carreteras–; en educación ambiental y salubridad –que nos prevengan de las amenazantes epidemias invernales–; o en educación en valores –que propongan imágenes de comportamiento civilizado y solidario–.

“No venderse”: esta debería ser la consigna permanente de quienes disfrutan del privilegio de servir en el poder, para que el destino de cada centavo invertido sea el mandante y no el funcionario. Ahora tenemos la oportunidad de ser distintos y sería imperdonable desperdiciar el momento: si esta es la promesa con que el Presidente ejerce su encargo, deben acabarse las prácticas del autobombo oficial. No podemos repetir lo antiguo apelando a remozadas utopías. Hay que cuestionar esta propaganda descontrolada para que los residuos de la vieja política que se han quedado enquistados no empañen lo nuevo y no contagien con su ofensiva exaltación del yo a las jóvenes generaciones que quieren participar en la política. Las palabras, acciones e imágenes emitidas desde el poder son más creíbles y confiables si son sobrias hasta la saciedad.

Fernando Balseca

Diario El Universo